No estamos enfermos, nos convierten

A Fina, a Mari, siempre, y a quien tiene que venir,
a mis padres y a Siraje, amiga, compañera, que nos lo diste todo

Con esta serie se cierran las principales líneas de trabajo que he desarrollado a lo largo de los últimos cinco años: F34.1/F60.5 (salir del armario), En torno (contextos + entornos), que más adelante continuaría en Reconstrucción, unificándolas finalmente y apuntando hacia una posible línea de trabajo que se ha ido perfilando los últimos tiempos, especialmente desde el año 2004, en la cual la participación de los niños sería uno de los ejes primordiales. Pero, por encima de todo, detrás de este trabajo hay un proceso vital, que, para mí, es lo verdaderamente importante.

Para mí, una línea de trabajo o una serie es un itinerario, es decir, un camino que une un conjunto de trabajos y les da un cuerpo conceptual que permite entender mejor las obras, tanto al público como el autor. La búsqueda de una coherencia personal dentro de mi trabajo me ha llevado a una reflexión continuada que ha ampliado no sólo los contenidos y conceptos ligados a la obra, sino la propia línea de trabajo, al abrir nuevos horizontes. De esta forma, una misma obra puede aparecer en más de una línea de trabajo, ya que forma parte de más de una trayectoria, porque éstas no son paralelas sino que discurren y se entrecruzan.

La cruz nace a partir de varios conceptos diferentes. El primero de ellos es la visión de una imagen fugaz, pero muy intensa, en torno al concepto de la cruz que cada uno de nosotros lleva encima. En mi caso, se trataba de mi mochila, en la cual arrastro literalmente todo aquello que tengo pendiente, aumentando día a día sin que disminuya, convirtiéndose de tal manera en una fuente de estrés que se realimenta a sí misma. Todo esto tiene mucho que ver con una acumulación compulsiva que parece ser un rasgo distintivo de mi personalidad.

El segundo era la intención que desde hacía ya tiempo tenía de dar por finalizado el actual ciclo artístico; en el caso de la serie F34.1/F60.5, ya hacía tiempo que no coleccionaba prospectos y cajas de la medicación que tomo, pero todavía guardaba las pastillas que han ido sobrando de los sucesivos cambios de medicación. En cierto modo, esta voluntad de dar por acabada la serie no seria sino una metáfora de mi deseo de acabar definitivamente con la medicación, una cosa que ahora mismo todavía parece lejana.

El último hecho, y verdadero desencadenante de este trabajo, ha sido el hecho de haber pasado un año difícil, en el cual he tenido que luchar contra la incomprensión y la rigidez de las instituciones, que han hecho tambalear muchas cosas que pensaba que estaban firmemente establecidas.

Una frase traspasa también todo esta obra -que es a la vez una obra de conclusión y una obra de iniciación-, una frase de Fina Miralles, por quien siento una especial estimación que va más allá de la admiración por su trabajo artístico. Esta frase, de su último librito “De la luz, hacia la luz” en torno al que ha desarrollado su último trabajo, decía lo siguiente: “Solamente aquellos que tienen la inocencia de los niños, y cogidos de la mano del monstruo, podrán cruzar la puerta del jardín del paraíso”, y añadía “yo soy mi monstruo, y mi monstruo me quiere y me sonríe”. En estos momentos, me siento muy identificado con este texto.

Con la perspectiva del tiempo y la revisión íntima de mi propio proceso personal —de mi monstruo, como decía Fina—, ahora me doy cuenta que todo el trabajo de destrucción para la reconstrucción que he llevado a término a lo largo de estos cinco últimos años y que ahora se está acabando, no era sino un proceso por hacer un lugar dentro de mi espacio y de mi vida para lo que tiene que venir. Cada vez más veo que este proceso de reconstrucción que he ido haciendo dentro de mi trabajo performático no ha sido sino una re-presentación de mi re-construcción como persona -tal y como Richard Schechner tipifica el comportamiento performático, “twice behaved-behaviour", que podríamos traducir más o menos por “comportamiento dos veces actuado”-, en la que los elementos usados, siempre comunes y próximos, simbolizarían mi propia vulnerabilidad y la fragilidad de los cimientos sobre los cuales he ido construyendo, de manera autodidacta en muchas ocasiones, mi propia vida. Para mí, resulta muy extraño hablar de mí, de nosotros, en estos términos y sobre estos temas, pero creo que si el arte no habla de aquello que verdaderamente importa, y que está indudable e indisolublemente ligado a la vida, no me interesa.

Al final de este ciclo de cinco años, todo vuelve al terreno de la política, allá donde empecé. Por una parte, queda el cuestionamiento de la acumulación de supuesta información en nuestra autodenominada “sociedad de la información”, que en el fondo es una acumulación de desechos poco o nada útiles dentro de la auténtica “sociedad del ruido” en la cual vivimos realmente. Por otra parte, queda todavía sin contestar la pregunta que ya hace tiempo nos planteábamos: si cada vez más gente dentro de nuestra sociedad necesita medicación para sobrevivir al día a día, ¿quién está enfermo, las personas o la sociedad?

Para acabar, una consideración sobre la utilización de la tecnología. Todo elemento tiene dentro de la obra su valor simbólico. La utilización de los elementos tiene en esta pieza un valor especial. Siempre he sido un firme defensor del uso de la tecnología mínima necesaria, y es precisamente en esta obra de conclusión cuando he utilizado por primera vez un nivel tecnológico muy superior al habitual. Sin embargo, considero que su utilización es adecuada porque ha permitido poner la acción en su contexto concreto de manera visual y sin necesidad de un discurso hablado excesivo.

Barcelona, diciembre 2005-enero 2006

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