Galleria Augusta, NIFCA, Suomelinna, Helsinki, abril 2004
En esta acción -como en la realizada en Lahti días antes- hablaba de mi contexto histórico y personal a gente de un país distante y desconocido para mí hasta entonces. La acción partía de las dos acepciones que en español o en catalán tiene la palabra “abrigo”, que denota tanto un refugio como una prenda de ropa, al contrario que el inglés que tiene una palabra para designar cada uno de estos sentidos.
Para empezar, sacaba una copia del texto de la Constitución Española aprobada en referéndum en 1978, que no pude votar por razones de edad. Explicaba lo que para mí significaba dicha Constitución, leyendo algunos de los artículos, concretamentemente los referidos a la función social de la economía y a la obligación por parte de los poderes públicos de garantizarla, muy al contrario de lo que había practicado el gobierno de derechas que en el poder hasta hacía poco en nuestro país, con su política neoliberal y de privatizaciones masivas; realmente, leyendo literalmente la Constitución se podían encontrar aspectos muy avanzados, que habían sido traicionados y simplificados hasta hacer una lectura tan estrecha por parte de dicho gobierno, para el cual parecían existir solo dos artículos, uno sobre el régimen político imperante y otro sobre la unidad indivisible de la patria, cosa que se hizo muy patente con la manipulación interesada que intentaron hacer de los atentados del once de marzo de 2004 en Madrid, imponiendo su lema a las manifestaciones ciudadanas de repulsa al atentado y que acabarían por expulsarlo del poder.
He discutido a menudo con mucha gente sobre la importancia que tiene genéricamente la Constitución, a pesar de sus imperfecciones, pues es la única herramienta que como persona dispongo para defenderme de las arbitrariedades del poder; no creo, al contrario que los sectores más conservadores de nuestro país, que tenga que ser un texto inmutable, pero hoy por hoy es el único que existe.
Una vez explicado todo esto, me saqué mi chaqueta de cuero y fui arrancando las hojas de la Constitución para forrar su interior, como hacen los sintecho para abrigarse en invierno.
A continuación saqué un libro de catalán, mi lengua materna, que nunca se dejó de hablar en casa ni aun durante la dictadura franquista, aunque, por no haber recibido educación en lengua catalana, ni yo ni mis padres, tenemos una lengua llena de errores y barbarismos, fruto de tantos años de prohibición. Precisamente en aquellos momentos estaba empezando a estudiar catalán, una lengua que uso cada vez más para escribir y no sólo para hablar. Para mí, la lengua materna tiene una gran importancia a la hora de definirse como persona, y percibía el hecho de no poder expresarme correctamente en mi propia lengua como una cierta mutilación. Con las hojas que iba arrancando del libro, hice una segunda capa para forrar el interior de la chaqueta.
Por último cogí los prospectos de los medicamentos que tomaba o había tomado. Estos medicamentos y toda la terapia que llevo han representado en cierto modo otro de mis refugios, tanto una ayuda para superar el malestar como una carga a sobrellevar, puesto que no van a ser la solución milagrosa del malestar. Con los prospectos hice la tercera capa del forro de mi abrigo.
A lo largo de toda la acción iba explicando todas estas reflexiones en mi inglés, deficiente aunque suficiente, para poner mi acción dentro de su contexto en un país extranjero. Para acabar, cogí la pastilla que me tocaba por la hora que era y me la tomé; me levanté y me puse mi abrigo, forrado con todos aquellos papeles que, para mí, constituían mi refugio.
Más tarde, acabada la acción, la chaqueta quedaría abandonada en el suelo puesto que ya no tenía sentido conservarla tras haber desplegado su simbolismo, y allá quedaría lejos de casa, en tierras lejanas.
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